Para muchos, la enfermedad se debe a causas externas. Presenta un carácter inevitable. Y llega incluso a ser percibida como el efecto de una maldición, más particularmente cuando es considerada grave e incurable.
Con el advenimiento de la “medicina moderna”, gracias al progreso incesante de la tecnología, asistimos a una sofisticación creciente del “gran inventario de las enfermedades”: su número no para de crecer, y sus clasificaciones de ser modificadas. El transitar de la medicina moderna privilegia lo intangible, con una importancia preeminente conferida a los factores externos del individuo, más precisamente a aquello que es cuantificable a través de los recursos de los medios tecnológicos de investigación, de los modelos de experiencias, de las estadísticas y, más recientemente, se invoca de manera cada vez más frecuente al origen genético de nuestras enfermedades. Se esfuerza por describirlos mejor y de hacer desaparecer los síntomas, con suerte variable, y sin necesariamente poder explicar por qué la evolución de los enfermos puede diferir sensiblemente en relación a una evaluación inicial rigurosamente superpuesta al estado de salud respectivo de todos los pacientes considerados en las estadísticas clínicas, evaluación basada, por lo tanto, sobre criterios científicos estandarizados y, en principio, adoptados internacionalmente. Un cierto número de enfermedades hoy son consideradas como “psicosomáticas”, es decir, de origen psíquico, lo que incluye ipso facto que las demás tienen un origen casi exclusivamente orgánico, y dan cuenta así de una medicina organicista (y más recientemente genética), que se encuentra desde entonces considerablemente reforzada.
“En todas las épocas ha prevalecido la intuición de la existencia de relaciones entre, por un lado, los conflictos psíquicos, las emociones y los eventos traumáticos de la vida, y, por otro, el desencadenamiento de las enfermedades. Todo este conocimiento existe desde siempre, incluso si lo que se dijera antiguamente fuera expresado de manera vaga, con una falta de sistematización.” (Dr. Ryke Geerd Hamer). Esto debe entonces llamar nuestra atención sobre la importancia de las expresiones y de las palabras pronunciadas por los pacientes. Según mi experiencia, con lo simbólico, constituyen elementos que pueden ser utilizados, lo máximo posible, en una segunda instancia.
Dr. Robert Guinée
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