Para comprender la noción actual de enfermedad, y a los señalados patógenos invisibles como su causante, debemos remontarnos a la teoría microbiana de los gérmenes concebida por el canonizado científico Louis Pasteur, quien ocupa un lugar muy importante en el “Olimpo” del cientificismo imperante. Son realmente muy pocos quienes se han atrevido a cuestionar y escudriñar tanto las bases de esta teoría -que sirve de plataforma como complemento teórico necesario a la medicina alopática actual-, como al personaje en cuestión, quien ha sido revestido por un manto de impunidad tanto científica como ética.
Si hasta hace pocos meses la mayor parte de la población mundial se encontraba encerrada y aterrorizada en sus casas, y habiendo modificado sus rutinas y hábitos de vida con la adopción de medidas extremas que alteraron tanto su condición física como social, habiendo sido impartidas desde los gobiernos de forma obligatoria, en la mayor parte de los casos, o recomendadas -con el acompañamiento incondicional de los medios masivos de comunicación-, en los menos, esto se debe a que nos encontramos en la cúspide de un inmenso castillo de falsedades y asunciones científicas que se asientan sobre una base tan endeble como cuestionable, y que, intencionadamente, dio un tremendo impulso hace poco más de un siglo y medio, no sólo a la medicina actual sino, además, a uno de los mayores poderes económicos en el mundo que es la industria de la farmacéutica y el de la vacunación. La teoría microbiana de los gérmenes difundida por Pasteur, que surge oscuramente a partir de plagios, fraudes y criminales investigaciones, en la que ocasionó incluso la muerte niños (1), fue concebida como el marco teórico necesario para la construcción de un paradigma médico oscurantista y despiadado.
Paralelamente, en ese mismo momento histórico, tenemos a otro científico (uno verdadero) que fue casualmente borrado, escondido y olvidado de la historia de la ciencia, quien fuera maestro de Louis Pasteur, y quien estableciera los fundamentos de una teoría microbiana diametralmente opuesta al paradigma belicista -de ataques microbianos y sistemas de defensas- propuesto por su discípulo. Este es el biólogo y químico Antoine Béchamp, quien en base a sus investigaciones da cuenta de un sistema orientado a considerar las condiciones del medio, y no del supuesto patógeno, que en última instancia sería una consecuencia de la toxicidad del primero, y jamás al revés.
De haberse consolidado el enfoque de Béchamp, que obviamente no servía a los intereses económicos expansivos de la emergente industria farmacéutica, ya que explicaba y demostraba que no existía tal guerra entre el organismo humano, considerado como un terreno libre de microorganismos, y los gérmenes patógenos que lo acechaban desde el exterior, tal como planteaban Pasteur y Koch, sino que verificaba una relación colaborativa de estos microorganismos creados a partir de la enfermedad, hoy estaríamos mucho más inclinados a poner nuestra atención en mejorar el medio y el entorno del ser humano en todos los planos: físico, social, familiar, económico, emocional y espiritual. En lugar de esto, no se ha hecho otra cosa que crear una inmensa maquinaria industrial de compuestos tóxicos destinados a fabricar enfermos crónicos, en una guerra eterna contra estos enemigos invisibles causantes de todos los males.
Es sumamente importante rescatar la figura y el trabajo de Antoine Béchamp, quien fue el principal detractor del monomorfismo, la controvertida hipótesis sobre el ciclo biológico de los gérmenes considerados patógenos llevada adelante fundamentalmente por Louis Pasteur, Robert Koch, Rudolf Virchow, a finales del siglo XIX. Contrariamente, Béchamp, abogaba por el pleomorfismo, que estudia y describe la habilidad de los microorganismos para modificar su aspecto y función en respuesta a los cambios del medio. Él se oponía a la idea de que los gérmenes pudieran “atacar” a un animal sano y causar una enfermedad. En cambio, afirmaba que eran las condiciones ambientales y del huésped desfavorables las que desestabilizaban las microzymas -unidades elementales de vida- nativas del huésped, descomponiendo el tejido del huésped produciendo bacterias.
El inmenso trabajo de Antoine Béchamp fue sepultado, y hoy resulta completamente desconocido no sólo al gran público, sino a la comunidad científica en general.
Increíblemente, en el año 1901 se hicieron públicas las últimas notas de Pasteur. Ya moribundo, luego de una extensa carrera construida en base a plagios, fraudes y actos aberrantes, hizo su descargo final: “los gérmenes no son nada, y el tejido en el que crecen lo es todo”.
(1) The Private Science of Louis Pasteur, Gerald L. Geison, Universidad de Princeton, 1943.
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